La muerte, esa que llega rápido. Los muertos, esos que ya no pueden defenderse, que no tienen cómo reclamar por el uso indebido de su nombre. La imagen de Camiroaga vendida con chapitas, vendida en fotos, repetida mil veces en los distintos canales de televisión que con Felipe muerto siguen ganando rating. El diario que tempranamente los declaraba muertos. La última noticia.
El ocultamiento de información y la censura a las autoridades de la isla. El control del gobierno y de la Fuerza Aérea sobre la situación. Los que no han sido capaces de generar las condiciones mínimas para evitar accidentes en lugares tan remotos como Juan Fernández, ahora sí que actúan. Ahora sí que están dispuestos a gastar millones de pesos enviando fragatas, comandos paracaidistas nocturnos, robot submarinos, 54 vuelos de helicópteros, la vidente, la farándula, la sinvergüenzura. Sólo falta Arturito, el robot, que sin duda conoce muy bien la isla. El show. Los 33, las excavadoras, las palomas y la Fénix. Todo me parece repetido. Demasiado repetido.
Asediado por los estudiantes y la baja en las encuestas, el gobierno se cuelga nuevamente del papelito de la tragedia para conseguir un poco de televisión. Piñera, el mismo que sacaba de su bolsillo el mensaje para sentirse rey. No es casual que ahora, “los de la tragedia de Juan Fernández”, hayan sido llamados “los 21”. La misma ineficacia, ya no del gobierno, si no de toda la sociedad chilena, la incapacidad para superar sus evidentes carencias, la utilización descarada de la muerte trágica para obtener la limosna del reconocimiento. El lucro.
Me quedo con mi madre que está triste. En su casa, sola como siempre. Sufriendo, sin pantallas y sin declaraciones. Simplemente triste.
*Director de la Escuela de Antropología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano
Fuente
The Clinic
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